lunes, 9 de junio de 2008

“Dos textos para Manuel Cuevas”


Sin despedida

Si hubiera sentido alguna señal por más imposible que fuera, ese día no te habría dejado ir tan fácil de mis manos. Es que no había manera de saberlo, porque no había motivos para pensarlo. Quizás las señales han estado ahí desde siempre para cada uno de nosotros, pero algunos no las vemos. No nos han enseñado a perder lo que mas amamos en un momento determinado; nos aferramos a la vida creyendo que eso es para bien.
Entonces ese día, fue el último en que nuestros ojos se miraron con habitual sonrisa y después, cada uno tomó su rumbo sin pensar en el otro. Tal vez mañana te vería. Pasó la muerte y jamás te he visto desde aquél fugaz recuerdo. Todo sucedió repentinamente.
Te encontré de casualidad en plena calle; tropezamos en la oscuridad y nos reconocimos entre risas cariñosas; hace dos semanas que no te veía. Extendí mi mano, pasaron segundos y me quedé con tu imagen durante todo el trayecto hacia algún punto fijo del universo.
Si me hubiera anticipado a los sucesos futuros, no te hubiese soltado en ningún momento. Esa mano en la oscuridad fue mi única despedida. Quise verte días más tarde, pero no apareciste, me hiciste falta. Pude haber muerto, ¿te contaron?, extraños acontecimientos de la vida y la muerte.

El sueño en que me hablas

Este es el sueño en que me hablaste. En los otros desaparecías silenciosamente entre los reflejos y las luces; quería que me hablaras. Quise hablarte de tantas cosas. En este sueño al menos pude abrazarte y expresarte mis temores.
Tenías tu pelo largo tomado con un moño atrás. Apareciste como fotografía enmarcada al final de un muro en la inconciencia. Yo estaba sentado en un sillón; había mucha gente a mi alrededor, personas que jamás conocí. Todos hablaban entre si, nadie me dirigía la palabra. Recuerdo estar sentado en la cocina de mi abuela como solía ser antes; iluminada y con un televisor encendido. Yo no miraba a la televisión, estaba perdido en algún pensamiento poco importante. Entonces te divisé entre la bulliciosa multitud; traté de llamarte, pero mi voz era áspera, temía que te fueras.
En un momento todos comenzaron a salir por la puerta. Te colaste entre ellos y quise llamarte nuevamente: ¡toño! ¡toño!, no me escuchaste. Entonces me levanté y te tomé del brazo para traerte hacia mí. Te aprisioné a mi tristeza y no te dejé ir: ¿Dónde estás toño?, me dices: estoy bien. Ayúdame toño, apóyame. No me dices nada.
Comienzo a llorar y con fuerza te pregunto: ¿Por qué te fuiste toño? ¿Por qué te fuiste? Y lloras conmigo. Luego despierto con los ojos llenos de lágrimas, pero tranquilo de haverte abrazado en mis sueños.



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viernes, 6 de junio de 2008

“Sangre de narices”


Esta es una historia de inciertos y maldiciones. Un problema hereditario quizás, o un karma sobre el espinazo. Remonta a una niñez de complicaciones inmediatas; un golpe, un grado más de calor, un pelotazo, un dedo juguetón hasta una mirada.
Desangramientos que marcaron una posición frente a la vida, la inseguridad frente al mundo. No se podía jugar con libertad; el miedo estaba ahí tras una gran montaña de sobreprotección. Esta historia de inciertos y maldiciones, da su inicio en una escuela básica, al menos es el primer antecedente que se tiene en mente.
El primer día de clases en una escuela cercana, el sol ardiendo sobre las infantes cabezas de Kinder junto a la tierra reseca de marzo complicando la escena. No recuerdo el golpe o la caída, pero los segundos pasaron y la sangre corrió por mi nariz hasta mi camisa celeste. Se me iba el alma en un chorro continuo, mientras la tierra suelta se impregnaba en mis pantalones grises. Me sacaron de la escuela, ese mismo día.
Tantos desangramientos no se pueden pasar por alto. Se hace necesario realizar un inventario de aquellas historias. He sangrado de narices en tantos lugares como momentos. Cuando quisieron sacarme una foto en año nuevo, tuve que correr hacia el baño para detener la sangre; más tarde me escondía con un tapón gigantesco de algodón en las narices. Cuando caminaba por el centro de una avenida sin confort ni papel en los bolsillos. Tragué sangre y escupí más en el suelo, mientras disimulaba con vergüenza entre la gente.
Un luchador que tiene su punto débil por delante, la nariz. Cada puño o bofetada ha sido letal; la sangre corre y pierdo la paciencia. He sangrado de narices en tantos lugares como momentos. En la micro, en el baño, en la sala de clases, arriba del cerro, acostado en mi cama, recostado en otras; con frío o con calor, en verano e invierno. Desnudo o abrigado hasta los ojos.
Cuando fornicaba con una mujer a la luz de una lámpara. No se percató de mi distracción mecánica; buscaba con que taparme para detener la sangre. Quizás las sábanas blancas o la almohada; con mis brazos o con los de ella. Pensé en sumergirme en una menstruación posible o cortarme las venas por el terror. Quise salir corriendo desnudo hacia un posible baño ocupado de una casa ajena; buscar un calcetín travieso o pedirle algún papel inservible a la damisela. Mucho tiempo de pérdida, la sangre ya habrá manchado nuestros cuerpos y no podríamos continuar la escena. Perdí la paciencia, decidí correr al baño de una casa ajena con el frío en los glúteos. Estaba desocupado. No supe qué decir o qué esperar. Vuelvo con un gigantesco tapón de confort en las narices. Ella se ha vestido y ha cambiado las sábanas. Me quedo desnudo a su lado. Ya lo superaremos, de alguna u otra forma. Me fumo un cigarrillo, y segundos después comienzo a sangrar. Ese fue el final de una relación sangrienta.

“La bestia sonriente”


Bajo la sombra de un árbol, permanece sentada la bestia sonriente, mientas cuenta las horas en la cual su pesada figura yació dormida esperando el arribo del sol naciente. Ha esperado por días la venida de los vientos del sur, que prometieron cambiar su ancha cara de ogro malcriado, por una estadía en las altas nubes. La bestia sonriente sigue esperando, como si esa fuese su única función en esta vida. A su alrededor hay silencio comprimido por los mugidos que emite de vez en cuando, al perder la esperanza y los sueños.
Más allá se prolonga un campo de flores al infinito; desconoce la música de las mariposas que revolotean sobre los enormes girasoles. La bestia sonriente está triste. Sonríe, porque esa expresión es su único modo de existencia bajo la sombra de un árbol frutal.
Un grupo de bizarros aborígenes sobresale desde la línea del horizonte. Llevan sus cuerpos desnudos y tatuados con enigmáticas sentencias sobre la vida y la muerte. En esa desnudez espontánea divisan a la extraña figura, que yace apoyada sobre un gigantesco árbol de frutas silvestres. La danza de los bizarros aborígenes es mítica; en ésta se deposita el lenguaje de muchas generaciones atrás, aquellas que no pudieron vencer el reflejo de sus errores inmortales en una bestia sonriente.
Los bizarros aborígenes desconocen la existencia de un dios que les haya dado una misión, en un campo de flores infinito. Se dejan llevar por el instinto, tal cual como han procedido sus antepasados. Se acercan sigilosamente entre medio de los enormes girasoles y las mariposas, para apreciar detenidamente a su presa. La bestia sonriente aún espera la venida de los vientos del sur y del sol naciente. El movimiento de los bizarros aborígenes es opáco, por la luz gris de las nubes que anuncian la tempestad. La bestia sonriente no se desespera, concede a la imaginación de los hombres, el desenlace de la historia.
La bestia sonriente espera pacientemente el ataque de los bizarros aborígenes, sin temor los observa de reojo, sin reconocer en ellos su destino y origen. Los bizarros aborígenes tropiezan con las flores y se enredan con las mariposas, que caen muertas por el contacto con la vida de los hombres. No pierden de vista a la extraña monstruosidad que los invade en cuerpo y alma. Los siglos han demostrado el equívoco proceder de los hombres de estas latitudes, pero insisten en tener la razón y avanzan. Todo se convierte en sueño y las imágenes se desvanecen cada vez que los bizarros aborígenes se adelantan.
La bestia sonriente bien sabe que en el mundo, los hombres son traidores y las mujeres víboras. Para sus ojos la humanidad está perdida en cuanto los bizarros aborígenes caigan en sus garras. Éstos torpemente rodean a la bestia con sus inimaginables armas de fuego y se lanzan con gestos cadavéricos a la batalla, al encuentro con la muerte. Los niños han quedado en casa, imaginando a sus padres en la victoria.
La moraleja de la fábula es simple. Es preciso sonreír, a que tropezar falsamente con la valentía, Es preciso vivir en la soledad bajo un árbol, que morir devorado por los colmillos de una gran bestia sonriente, que espera sentada el exterminio de toda la faz humana.

martes, 27 de mayo de 2008

“Miro”


Miro sin pestañeos reiterativos, la manifestación de algún movimiento espontáneo de las luces, para que me revelen la solución a estas inquietudes tardías. Tal vez el reflejo azul en los ventanales de mis miedos, o más aún, un remezón de sus vídriales como una especie de vibración del cuerpo.
Miro por ejemplo en el azar incomprensible del metro en sus vagones, el reencuentro de un rostro que me ilumine en un tarde de ajetreo. Tendría las palabras suficientes para explicarle desde el bullicio, que necesito urgente de sus ojos para volverme loco, mientras salto al otro extremo de la línea en dirección al vacío. Hilaría pequeñas frases para decirle que soy yo, aquello que intuye como cierto, pero que más bien desconoce por falta de silencio. Es sólo el metro lo que veo. Miro, pero no hallo luces ni gemidos.
Miro de vez en cuando por sobre mis hombros, cuando camino por las calles solitarias en tardes primaverales y de enormes tormentas, el seguimiento de mis pasos de una gigantografía de una musa, que recoge mis plegarias como pancartas obsoletas. Al voltearme le diría que el multicolor de sus manos me congelan las dudas, y que ahora sí creo en las casualidades. Trataría de no sonrojarme ante tamaña imagen estereotipada. Le mentiría para no ser presa fácil, y tal vez más tarde hablaríamos de permanecer intactos por el fatigoso paso del tiempo. Miro, y sin embargo, nadie me sigue; ningún afiche publicitario, ni siquiera la muerte.
Miro, medio borracho, el instante en que cambio la música de un ambiente, para reconocer en alguien el secreto de un culto personal hacia el rockanroll que nadie escucha. De sentir sus vibraciones, me acercaría y le preguntaría acerca de sus temblores con cada acorde. No me cansaría de citar a tantos discos que llevo en mis oídos; quizás ella se ilumine con aquellas exaltaciones musicales. Y yo me ilumine con atribuciones innecesarias.
Miro por todas partes para encontrar el movimiento espontáneo de las luces de bengala; aquellas que se encienden y terminan millones de años luz sobre las estrellas. Miro los comerciales y teleseries del mundo entero, pero ninguna de sus artificiosas mujeres me parecen tan luminosas como aquellas que diviso a través de la ventana de una micro. Miro a tantas; a las que fueron miradas, y a las que nunca han sido ni siquiera mencionadas en la historia. A todas ellas miro, para encontrar a ese movimiento espontáneo que me ilumine y me desbarate las ideas.
Miro inclusive por debajo de los lugares comunes y las historias paralelas. Miro en diversos estratos sociales, en distintas edades, pero no encuentro ningún rostro ni expresiones iluminantes. A veces miro en mis sueños y recuerdos, pero esos rostros se desvanecen, pierden forma y luz; se mueren. Entonces sigo mirando con expresiones comprimidas y coquetas a cuanta mujer se presente en la mirada. Pero no encuentro a nadie con movimientos espontáneos de luces destellantes.

jueves, 1 de mayo de 2008

“Viaje sonoro II”


Enciendo el motor de mi cabeza a partir de una felicidad cósmica, y retrocedo por encima de esta intimidad, hacia el origen de estos aciertos. Todo está relacionado. La voz de un niño maquinando minúsculas sinfonías en un minicomponente con doble track. Ahí mismo los dientes tiritaban, como si el poder de unas cuerdas vocales vírgenes no pudiera ser contenido por ninguna creencia. El niño enmudecía y regresaba a su habitual juego de películas en su extraña cabeza. Ves la belleza donde no la hay. Mi tía me obsequió un cuadernillo, y quise escribirlo todo en un día. Mis palabras fluyeron. El lápiz tiritaba, como si un poder fuera a emerger de mi sangre y la tinta no pudiera contenerlo. Escribí el verano completo a solas. Escritura en soledad. Pero me faltaba la música. Aquél lenguaje extraño me retumbó en los oídos desde niño; sinfonías de cuna y canciones de nubes parlanchinas. Pero la guitarra de palo se ausentó en aquellos días.
Hay una primera vez en todos. Una mano se dislocó adrede, para soltarse de una condición incompetente. Agitó con fuerzas sus dedos y agarró cuanto pudo en el camino. Esa mano derecha corrompió la imagen de ese niño y esas nubes parlanchinas, para convertirlo en adolescente y a esas nubes, en enormes senos. El amor destruyó y construyó sobre la misma. Mis poemas no querían ser canciones. Eran poemas porque el resto no escuchaba melodías. Para mí siempre fueron canciones. Los dedos comprobaron esa rabia y envidia sentidas; no tenía canciones y mi voz siempre ha sido desastrosa. Todo el mundo tenía bandas. Mis ideas no querían hablar de nada. Todo pasa por algo.
Un casette fue hallado dentro de un cajón lleno de polvo. Corazones rotos habían en su lugar, y letras que jamás nadie pudo obtener. Aquél casette rompió el hielo que oprimía las vocales de un infante. Lloró, pataleó y sangró para convertirse en joven letrista. La guitarra de palo hizo su aparición para acompañar a esos pobres versos que yacían en esquinas solitarias. Los primeros acordes desafinados provocaron miedo, los primeros tonos terror. Al fin ese niño estaba en carrera. Jorge González me pateó un millón de veces con sus canciones. No podía contener tanta genialidad un tipo tan arrogante y sin pinta. Para mi no fue un rockstar, fue un pequeño dios en la tierra. Un Huidobro, un Víctor Jara.
Tras ese teléfono mi sonrisa se transformó en rencor y soledad. Rechazado por una chica de barrio, incapaz de apreciar la belleza donde no la hay. Me confiné en ese motivo de existencia; edifiqué muros impenetrables. Advertí que este asunto no era de nadie más que de mi eternidad. Morí en soledad. Conocí la escritura de huesos y entrañas. La tensión entre realidades, me mostró el simple sujeto que era. Las posibilidades imaginativas se desprendieron de su teoría y me vi con los pies pisando la nada misma. Ninguno de aquellos profesores comprendía ese ejercicio “estúpido” de imaginar. Morí en soledad; y reviví para agonizar por tres años más, con cuentos y poemas que ningún niño del barrio leía. Las palabras cayeron al vacío.
Una humareda confundió las cuerdas de la guitarra de palo con versos recitados. La voz quiso recitar en antros. No se podía con tantos nombres y apellidos apelmazados a poesía generacional. Poesía sí, poetas no. El joven musiquillo se perdía en cuanto recital poético encontraba. Las canciones se perdieron. Me las quitaron los Beatles. Se quedaron en mis oídos y no podía componer. Fui un fan y un groupie. Toqué sus canciones y no las mías. Me creí John Lennon, sin saber que podía ser yo mismo. Por tres años más vi como me quitaban las ideas. No es bueno escuchar a los Beatles. La guitarra de palo me golpeó la cara; me dijo: despierta sacohuea!. Y nacieron tres acordes estrafalarios, que se volvieron llanto y carcajadas nerviosas, como si un poder estuviera en el umbral de la puerta, dispuesto a entrar a escena. La raza estrafalaria es la felicidad cósmica que me atrapa con la risa y la ilusión acuestas.

domingo, 27 de abril de 2008

The Pereiras (por Felipe Alegría)


Rodrigo Bourguet Barriga era un joven beatlemaníaco nacido entre los cerros allá en San Bernardo. Felipe Alegría Urrutia era un mozalbete rockabilly y por el glorioso San Miguel iba caminando. A Rodrigo le gustaba crear mundos con sus bellos e intensos escritos y prosas. A Felipe le encantaba meter ruido con su guitarra escandalosa. Rodrigo se daba cuenta que con música todo se le esclarecía. Felipe en tanto, deambulaba sin rumbo en cuanto grupo podía. Rodrigo entraba a estudiar pedagogía porque le gustaba la docencia. Felipe hacía lo mismo, pero por condecendencia. Rodrigo le mostraba sus maravillosas poesías. Felipe le otorgaba alucinantes melodías. Rodrigo descubría el inimaginable poder de una canción. Felipe a escribir convertía en su pasión. Rodrigo, años después, le proponía componer las mejores canciones. Felipe incrédulo, barajaba otras opciones. Rodrigo machacaba los acordes de una raza estrafalaria. Felipe convencido por tocarla ya sangraba. Así es como se juntaron estos cabros y pongo como advertencia. Que desde entonces los pereiras, componer canciones tienen como competencia.

domingo, 20 de abril de 2008

“A propósito del miedo”


No podía evitar sentir miedo, al pronunciar miedo en vez de medio, cuando iba a comprar el pan. Entonces cuando creía controlar ambos miedos, cruzaba la calle con una bolsa de plástico, entraba al negocio y pronunciaba mi pedido. La lengua se me trababa y lo miedos volvían, mientras la seriedad pálida del vendedor me contemplaba por encima del mostrador. Quizás por ser alemán, jamás me corrigió; eso pensaba siempre. No era broma, los miedos eran ciertos y no he podido sacármelos, ni siquiera los de la lengua.
Otra vez me encontraba en la misma esquina, donde solía quedarme minutos para quitarme los miedos; cuando creía superarlos, cruzaba la calle con una bolsa de plástico, y entraba al bazar para solicitar mi pedido. “no existe miedo de pan, ni a la harina” me decía el alemán. Volvía entonces lingüísticamente derrotado a la casa, con medio pan en la boca.
La última vez supuse derrotar a esos miedos tan extraños que me invadían. Me senté en esa misma esquina tenebrosa para controlar la situación de una vez por todas. Cuando creí dominar aquellos miedos, crucé por la calle con mi bolsa de plástico, y entré al bazar del alemán. Me miró consternado y se dispuso a buscar el pan. Antes lo alcancé de un grito y le dije: ¡me vende un Tiffanys! El alemán se volvió sobre sus firmes pasos y sonrió. Esa pálida seriedad había desaparecido junto con mis miedos; el del estómago y el de la lengua. Al parecer los había superado. Entonces me di cuenta que era preciso superar otro miedo, el de la bolsa vacía llegando a casa.

martes, 15 de abril de 2008

“5 minutos más y despierto”


Camino por una calle oscura con los audífonos puestos, mientras una suave canción de Perkins me prepara para caer dormido sobre unas tablas congeladas. Agridulce coincidencia. Una cuadra más adelante, me recibe la brisa de una música de orquesta que se escucha a lo lejos, presagiando la noche del desperdicio. Me detengo en una esquina iluminada; a tres cuadras de mi derecha ha muerto un amigo. Quisiera que el ruido en mis oídos se detenga, la confusión, la multiplicidad de sentimientos que se evocar a partir de un solo llanto desesperado.
La muerte me acompaña hasta la entrada de mi casa, y me recuesta sobre el sillón, luego enciende la tele. Aún no quiero despertar; se que te has ido; has pasado por encima de mis ojos, como el reflejo de una luz sobre un metal frío y desinteresado. Cinco minutos más y comenzaré a buscarte en la lógica de los sucesos, pero en este momento me quedo anestesiado con el extraño proceder de la muerte. Podría haber sido yo.
La muerte me cambia los canales de tv; se detiene en animaciones enigmáticas que jamás había visto; leo entrelíneas mensajes ocultos que antes no había percibido. ¿Por qué ahora me acuerdo de todos esos muertos? ¿Qué tienen que ver contigo? No te has muerto. Estoy anestesiado por la impresión, lo recuerdas; en cinco minutos despertaré y el pecho se me oprimirá de dolor y ausencia. Perderé el aire y tú te habrás ido. Pero ahora quédate a mi lado.
Cuéntame lo del accidente. Supe que todo fue repentino, que no pudiste asimilar las luces que te señalaron hombre muerto. Te quitaron la risa de la cara, como si a un pescador le quitaran sus redes y su bote. Te distrajeron y maldijeron. Entonces caíste por un charco de sangre hacia un lugar tenebroso. Ahora recuerdo tus múltiples voces de encanto; si, creo que en verdad te has ido. Ya no me parece cautivante lo que dices, más bien son sólo ideas fantasmales.
Ni siquiera te sorprendes, sigues hablando como si no te percataras de lo que ha sucedido. Te dije, estoy adormecido y para mí no te has muerto. Estás aquí, contándome tus anécdotas y pormenores. Y al recordar tus voces de encanto, me doy cuenta que te has marchado a otro mundo, porque comienzo a extrañarte, cuando escucho murmullos en la calle oscura y luego tres cuadras a la derecha. Es tu velorio. Entonces termínenos este asunto y déjame despertar para recordarte. Debo llorarte, tú lo sabes. Debo sentir el dolor de tu pérdida, así que es necesario que despierte. Cuando abra mis ojos, quiero que sepas que te llevaré en lo más hondo de mi alma, querido amigo de infancia.

jueves, 10 de abril de 2008

“El cuento de la enseñanza”


Una vez hice algo malo. Me reprendieron. Me señalaron el error y me miraron a la cara. Me regañaron y me dijeron: “No ves que eso es malo, no ves que lo malo mata, no ves que la muerte es mala” Se retiraron en silencio. Tal vez aprendí la lección o quizás no. Más tarde me encuentro con un pobre chico que ha hecho algo malo. Lo reprendo. Le señalo el error y lo miro directamente a la cara. Pienso que lo va a olvidar en cuanto doble la esquina, y le digo”No ves que esto es malo, no ve que lo malo mata, no ves que la muerte es mala”. Me retiro en silencio, con la duda de sí aprendió la lección o no. Años más tarde, ese hombre se encuentra con la sorpresa de que su hijo ha hecho algo malo. “No ves que eso es malo, no ves que lo malo mata, no ves que la muerte es mala” Ese ha sido el proceder de nuestra enseñanza desde que existen las palabras.

jueves, 27 de marzo de 2008

"La inevitable calle"


Doblo medio borracho y enfermo por una calle extraña, que reconozco en cuanto diviso un cartel de neón al final de la cuadra. Lo diviso encendiéndose a media tarde, mientras inevitablemente me lanzo en línea recta por la vereda contraria. Cruzo la calle con precaución, para tocar de lleno la tímida luz de color verde que anuncia sin mucho misterio, una peluquería barata. Mi pelo y mi cuerpo enterno asume las consecuencias de ciertos impulsos magnéticos que me vienen cuando mi apariencia me desbarata en el reflejo de las vitrinas, entonces me meto al interior sin pensar en nada. No espero encontrar estilistas franceses ni maquilladoras inglesas, sólo navajas filosas sin experiencia en peticiones sensibles. Lo repentino de este impulso, me hace tropezar con la pequeña escalera de la entrada, y mi llegada es sorpresiva y estrámbotica. Me incoporo en segundos, y me siento tímidamente en un banquillo negro, mirando de reojo alguna que otra revistilla de moda. No la hay, sólo un precio popular escrito en grande con letas rojas. La clientela masculina se retira feliz con enormes machetazos y con los bolsillos cargados de monedas; inquieto me afirmo a la esperanza de una tijera padiosa, y una peluquera con suerte, este podría ser su día.

Quisiera manejar el lenguaje técnico de las instrucciones de peluquería; ni muy corto ni muy largo, parecen esfumarse con los restos de pelo en la basura. Me miran preocupadas las dos peluqueras, mientras sus clientes fantasean con las tetas sobre sus cabezas; se olvidan de los machetazos; se acuerdan en el camino de las tetas. No puedo levantarme de este banquillo con tanta duda encima; ¿y si esta vez no fallan? no quiero mirar como sus tijeras se distraen y van dejando pelos como punta desde la nuca hasta las patillas; y la gente se agolpa afuera y observa por las vitrinas el espectáculo. Es preciso correr y buscar otro centro oculto entremedio de las baratilas. Parece que es mi turno, y si corro. y si me pregunta cómo llegué hasta aquí. Le diré que cruzé por la inevitable calle; y si no me comprende y se distrae. Le diré que lo inevitable no se puede evitar, y que esta calle es una trampa. Y si comienza a gritar, porque no hay nada más raro que un hombre le cuente de su vanidad a una peluquera. Prefiero correr, tal vez si puedo evitar este tipo de historias, cortándome el pelo cada 30 días.

viernes, 7 de marzo de 2008

"Decisiones"


A veces quisiera que todo esto fuera la posibilidad de un pensamiento, y no la decisión que tomé de un impulso. Lo pienso de esa forma cuando he cometido el error de decidir algo que no me convence; y en ese instante es preciso cerrar los ojos para retroceder en el tiempo de esa acción y recordar por qué decidí ese camino. En ocasiones, se trata de llevarle la contraria al resto, pero a veces es sólo inseguridad. Las malas decisiones me han llevado a creer eso; pude haber estado en el lugar anhelado, pero por motivos extraños, me encuentro en una versión de la felicidad que me hubiera entregado ese primer momento. Después todo se convierte en posibilidades y en arrepentimientos.
Te miro queriendo estar en otra parte y ni siquiera tuve la sinceridad suficiente como para dejarte con este compromiso. Fue mi decisión y la llevo hasta el último punto de sus consecuencias; y no es que no quiera mirarte, pero yo debería estar en otra circunstancia; esa decisión me correspondía tomar, pero quise llevarles la contraria. Lo impredecible ya no es tan significativo, tan sólo es un desastre, al menos cuando lo pienso.
¿Qué sucedería si cambiara el orden de los momentos, si esto fuera la posibilidad de un pensamiento y lo otro la decisión que tomé por impulso? Todo sería distinto. Reitero, sólo cuando han sido decisiones poco convincentes, he querido que todas las palabras y todos esos silencios fueran una posibilidad y no mi última decisión. Pero aquí estoy, viviendo los restos de mis decisiones. Verte, hablarte tal cosa, no decirte otras, es un conjunto de decisiones que nos convierten en personas inseguras y temerosas, cada vez que nos juntemos.

sábado, 16 de febrero de 2008

“Cinco días contigo”


Día 3: Me arrastro por tu cuerpo

No quisiera levantarme jamás de esta cama. Probablemente pierdas el trabajo y yo la razón, de quedarnos aquí acostados. Pero eso ya poco importa; ni siquiera el maldito frío que hace allá afuera. Aquí, todo es distinto. La mañana nublosa que veo por la ventana, no tiene ninguna relación con el olor a sexo matutino que se quedara en mis huesos el resto de la semana. Tú estás en el detalle más insignificante del techo que miras; te quedas en ese punto un instante, mientras yo deseo angustiosamente que el cielo no oscurezca. Tan sólo he venido a continuar lo que había quedado inconcluso meses atrás.
Probablemente pierdas el trabajo, pero no puede ser de otro modo. No hemos querido desperdiciar las palabras en argumentos poco relevantes. Podrías encontrar otro trabajo, con un mejor horario. Nos hemos quedado en silencio, pegados, pensando o reviviendo nuestros movimientos en la mente. No quisiera levantarme jamás, aunque haya venido a concluir esta historia.

Día 1: La llegada

He llegado 10 minutos atrasado al Terminal. Al bajarme del bus, siento repentinamente el aire frío en mi cara; me fumo un cigarrillo con el inminente invierno azotando mis huesos, el maldito invierno sureño tan distinto al de otros lugares. Decido llamarte de un teléfono público. Vienes en camino. Me siento un extranjero en tierras desconocidas; es como si todos supieran que vengo de visita. Al fin llegas, salimos del Terminal, tomamos un taxi y nos dirigimos a tu casa.
Volví a nacer en algún momento de la noche; quizás con mis dientes en tu lengua o mi cuerpo torpe tratando de quitarse la ropa. Ni siquiera recordé que era día sábado. Había pensado durante el trayecto a tu casa, en todo el aparataje previo que debía montar para que no te sintieras acosada. Tan sólo quería verte de nuevo. Por eso viajé tantos kilómetros, tan sólo para verte otra vez con la extraña felicidad invadiéndome las entrañas. Tus ojos me lo advertían. Fue una extraña felicidad.

Día 2: Bajo la lluvia

Debemos ocultarnos de la lluvia. Me tomas de la mano y me llevas hacia un lugar techado atrás de la catedral. No hay nadie. Los locales del centro han cerrado, sólo quedamos tú y yo. Siempre hemos estado solos, aún cuando nos rodean multitudes de palabras. No me canso de besarte i de hablarte, mientras la lluvia no detiene su marcha. No he fumado desde ayer y ni siquiera tengo ganas de preguntarte si fumas. Qué diferencia haría un cigarrillo en este momento; no lo sé, prefiero seguir mirándote. Aquí, bajo el techo todo está oscuro. Sólo veo una luz reflejada en tu risa, mientas te llevas una galleta a la boca. Y yo sigo buscando en esa oscuridad un cigarrillo en mis bolsillos.
No hay micros para llegar a casa; debemos caminar bajo la lluvia. De la mano me conduces por las calles jamás vistas ni recordadas. Caminamos casi una hora, cruzando avenidas, tropezándonos con líneas férreas, pisando posas de agua, hasta llegar totalmente borracho de amor para descansar sobre tu vientre. Volver a nacer, para confesarte que jamás pude apoyarme en un vientre femenino, sin pensar que mañana no lo haría. Fue un día de lluvia, de esos que se recuerdan.

Día 5: La despedida

Tan sólo he venido a concluir lo que dejamos entre comillas. Jamás creíste que vendría, y que me iría sin decirte nada. Te miré por última vez desde la calle y luego me marché con las palabras alborotadas. No pudimos despedirnos. Desperté y ya no estabas. Decidí caminar hacia el Terminal. Pero antes pasé por tu trabajo, el que casi pierdes por mi culpa. No pude olvidarte en el viaje, hubiera sido lo recomendable. Tan sólo vine porque quería verte.

Día 4: Como un fugitivo

Debíamos levantarnos para que no perdieras tu trabajo. Me quedé esperándote toda la mañana, sentado en tu cama mientras fumaba un cigarrillo. Podría haber sido fatal dejar rastros de mi visita, así que recogí del suelo cada prenda y la eché al bolso. Me desplacé con cautela por la casa sin correr las cortinas. Llegarías a almorzar.
Apenas quise respirar, y llegaste apurada, subiste la escalera hasta la pieza, te desvestiste y te lanzaste sobre mí. No sé si habrá indicios de que he pasado cuatro días contigo; no sé si te importará que te descubran. Te vistes, me besas y bajas la escalera para llenar tu estómago. Tienes dos horas de colación y ya has perdido 40 minutos en viaje y caricias. Suena el timbre, sabías que esto sucedería; yo ni lo presentí. Trato de ocultarme bajo la cama o dentro de un armario como aquellos chistes de infancia, pero decido quedarme justo donde estaba.
Sabías que él llegaría en cualquier momento; te llamó desde su casa, quería verte. A esa altura sólo pensabas en verme, en no levantarte jamás de la cama. Así que lo dejaste pasar, quizás para ver hasta dónde llegaba. Intentó subirte a la pieza, pero ya sabías lo que yo haría por ti; no me iría, no me escondería. Lo convenciste para que se fuera y regresaste a la pieza. Creo que partiré mañana.
Vuelves al trabajo después de prometerme todo. Te espero hasta la noche, pero esta vez en una plaza congelada. Me fumo otro cigarrillo, de la cajetilla que me regalaste, y pienso en cómo matar el tiempo. Cuando anocheció ya había recorrido toda la ciudad sin olvidarme donde trabajas. Sales por fin. Nuevamente caminamos hasta tu casa; quieres decirme algo, pero no te atreves. Este es el último día que puedo entregarte. Se me nublan los ojos de cansancio; duermo sobre tu vientre, y despierto solo en la mañana. Creo que partiré en este momento. Tan sólo he venido para verte y ya es tiempo de regresar sin ser visto. Si nos descubren, esto se convertirá en tragedia griega.

martes, 12 de febrero de 2008

"Voces"


Hay voces que me tranquilizan. Me adormecen esos particulares tonos de voces como agujas imaginarias en cada punto del cuerpo. Esas ondas sonoras tan nítidas como suaves; tan únicas como tímidas. Me tranquilizan esas voces. Sus conversaciones me toman por el cuello y me recuestan sobre sus palabras extrañamente encadenadas en un vaivén sonoro que desbarata. Parezco muerto, pero es sólo un estado placentero. Esas voces se expanden y logro escucharlas desde siempre como momentos impredecibles. Esas voces femeninas me hipnotizan con sus tonos particulares. Pierdo el sentido del tiempo y el significado de los objetos. Mis ojos se pierden en un mundo que desconozco. Mi garganta se seca, y mi respiración se tranquiliza. A veces siento una peculiar vibración en mi cabeza; los pelos se me erizan y casi siempre las piernas me tiritan. Nada de esto sucede cuando lo espero; nada de esto está planeado. Tan sólo al escuchar esas voces femeninas, mi cuerpo se tranquiliza. Las conversaciones más inusuales me provocan esa hipnosis; las palabras menos rebuscadas, los tonos menos esforzados, las mujeres menos pensadas.

La sonoridad de sus historias me transporta hacia el conjunto de imágenes que me alivian de una existencia rutinaria. Esas voces conforman la banda sonora de esas imágenes caleidoscópicas que llegan a mi mente. Entonces me tranquilizo, no me desespero con el aire seco de los ruidos del mundo. No puedo explicar lo qué sucede. Es tan sólo un estado de hipnosis que me saca del instante, para lanzarme a la multiplicidad de placeres. Es un placer extraño. Con esas voces puedo recordar detalles de escenas enigmáticas de otros placeres. Puedo ver cada letra y cada acorde que quiero impregnar en un pedazo de papel, que nunca llevo a cabo. Tu voz me hipnotiza y me hace escribir de estas ideas. Las voces suaves y nítidas me tranquilizan. Y aunque quisiera no puedo cómo sucede. Tan sólo hay voces que me tranquilizan.

lunes, 11 de febrero de 2008

"Sunshine quiero sunshine"




"Estrafalaria soy"


"Sunshine, quiero sunshine" - me susurras al oído como queriendo abarcar todo el cielo con un sólo suspiro, mientras yo te veo llegar un millón de veces más, y siempre para conseguir tu mejor actuación, que es mi obsesión. No te pido nada a cambio, y tú cuando quieres me lo quitas todo.

"Estrafalaria soy" - y no sabes cómo ni cuándo me quemarás el sol de mis ilusiones, con tus ojos y tu voz. Lo quemarás porque te impones sobre los corazones fragiles y desesperados, sobre las palabras agujereadas por el viento y la soledad. Por eso no tengo razones para odiarte, ni menos para olvidarte; es imposible olvidarte, porque permaneces intacta, para recordarme cuánto te odio y cuánto te deseo. Te lo digo una y otra vez, me basta creerte para disolverme en ti estrafalaria. Me pierdo en un vaivén sonoro cada vez más sonoro, hasta convertirse en canción, para declarar esta confusión. Podría morir por ti, si ya no quieres el sol de estos acordes. Podría vivir por ti, sin olvidar que me obsorbes con tus ojos estrafalaria.

Sufro con tu magia gitana; me desbaratas las palabras que he escrito en tu espalda con la punta de la lengua. Me asfixias. Tú eres estrafalaria por eso gritas Sunshine! cuando intento sumergirme en tus piernas.



"No me parece simple, Lizabell"


Te detienes en la esquina de San Diego con la Alameda, ahí donde venden los libros que nunca lees. Te quitas la niñez de la cara con el humo de un cigarrillo suelto. Comienzas a habalr de tus intrépidos sueños de fanática alucinada de banda chileno-mexicana, y tropiezas con la solera al llegar al otro extremo de la avenida.

Me torturas una y otra vez con aquellas imágenes de poema simbolista, y choco con un paradero donde te espero hace horas. No me parece simple lo que me planteas, más bien porque poseo una personalidad huidiza. Por eso he viajado por los poros de otra piel, mientras tú divagas a la orilla de tus pequeñas ideas. No me aferro a tus conciertos con tarros y luces, prefiero las melodías simples a la luz de un cigarrillo.

Te callas un momento para recordar que estas lejos de la felicidad que buscas. Ya no finges estar sola; antes lo estabas, pero fingías una sonrisa de niña malcriada. Hoy solamente gritas una canción que te gusta y luego agachas la cabeza. Lizabell, no me parece simple como van las cosas. Tra el teléfono te quito la soledad, y vuelves a ser la misma chiquilla triste y enrollada. No me parece simple, Lizabell.



sábado, 9 de febrero de 2008

"Chocolate Fixies"


La noticia ha llegado a nuestros oídos. El público ha quedado perplejo con los detalles que anuncian la aparición de la banda del momento. Los artistas del medio nacional se han reído con la supuesta nueva broma del mercado anglosajón; pero más bien desconocen, que tan sólo se trata de una banda del interior de un pequeño pueblo al sur de la metrópolis.
Chocolate Fixies llegará en horas de la tarde, para presentarse en los más prestigiosos teatros y recintos de la capital. Los artistas tan sólo miran de reojo desde las alturas del olimpo, a la banda de medio pelo que trae consigo un primer disco en promoción: “Las canciones de Mary”.
Con algo de rockabilly y un toque de tecno-pop-trash-metal-fiesta-kich, Chocolate Fixies presiente la llegada del éxito y la fama; la trascendencia que anhelaron sus canciones sobre escenarios de poca importancia. Así lo expresan sus dos singles, “Hincapié” y “Ya volví”, liderando por 3 semanas las listas de audio en las radios nacionales. Es el primer paso para conquistar a la audiencia, para luego descansar sobre laureles allá en el olimpo musical.

Recordar

Lo más importante es recordar; no olvidar que hemos nacido para conseguir estos prematuros sueños y ser líderes de una generación a lo largo del país. De eso se trata, de recordar siempre que nuestro camino es el rockandroll; que poseemos el espíritu de otros rockstars para obtener el éxito.
Tarde o temprano nos escucharán; sabrán que esto no es un juego. Los artistas podrán mofarse, porque ellos son artistas y tienen derecho a hacerlo. Nosotros somos una banda local, pero no de medio pelo. Chocolate Fixies, es un nombre universal, que nos dará la entrada para pertenecer al círculo intelectual y musical de la metrópolis.
Creemos en lo que hacemos; nuestro estilo, nuestras letras, nuestra imagen, nuestra escena, nuestra perfomance, es único y original. Somos verdaderos artistas. No puede ser de otro modo. Creer es fundamental es nuestra carrera. Nosotros creemos, porque Chocolate Fixies es único en el medio.
No se trata de una broma; sacamos el nombre con sólo arte y talento. Todo está relacionado. El rockandroll, el Folk, la huaracha, el tecnopop, la melancolía, las drogas. Chocolate Fixies es un disco de 1967, de la banda anglo-mexicana The Perreras, nombre que alude a un conjunto de perros prisioneros en Latinoamérica, perros quiltros y sarnosos por lo demás. El disco habla de drogas como todos los discos del mundo; fue sacado por el líder Pepetrueno de una caja de chocolates del mismo nombre, que en él provocó una adicción desde los 5 años hasta los 30. Luego murió de sobredosis.
No venimos a decir nada; Sólo hemos venido a ofrecer ese mismo chocolate a la masa juvenil y adulta; todo está relacionado. Por eso le pusimos ese nombre, porque somos artistas. Chocolate Fixies para él, para ti. El resto lo decides tú.

Caer de pie

La carrera de un músico en este país es difícil, y eso lo podrían explicar un millón de cantores e interpretes de todos los rincones y todas las zonas. Pero eso no impide el esfuerzo para caer de pie y seguir componiendo a partir de las imágenes repartidas en los cielos y riachuelos. Se trata de no ceder. Se trata de evitar desaparecer y dejar un rastro; una canción popular, una canción de cuna o himno de la creación. La música fluye, mientras que nosotros aportamos a que eso sucede. La música nos encuentra, cuando menos hemos creído en ella. Entonces caemos de pie; componemos, cantamos, lloramos, reímos. La música es todo lo que necesitamos.

lunes, 4 de febrero de 2008

"Segundo Lugar"


Se trata de rescatar como experiencia del arte y la vida, la imagen del perdedor, pero con cualidades y características, que lo transforman en un personaje potencialmente superior al resto; del mundo que no comprende de estas cosas. Este es el capítulo donde deberían justificarse las caídas y mitificarse las derrotas; aquellas excusas para ponerse la capa o antifaz del villano y así cumplir un papel en esta historia. El perdedor podría haber pensado primero, pero siempre actuará segundo, quedará atrás; porque el ganador es quien se llevará los atributos absolutos de las escenas y las batallas. El ganador y el perdedor se disputan un lugar en este texto; tan sólo hay preferencia por el segundo, para explicar los orígenes del comportamiento humano y su competitividad eterna.

La imagen del perdedor no es un pretexto para separar al mundo bajo un péndulo de victorias y derrotas; más bien es un recurso para entender el lugar de donde provienen estas ideas. No se puede ganar todo el tiempo, ni perder toda la vida. Pero hay actitudes o situaciones que han separado a los hombres como ganadores y perdedores. El perdedor ha poseído siempre un segundo lugar en los anales de la historia que hablan de hazañas de grandes héroes, grandes ganadores. El perdedor no es el último de cien hombres, es el último de sólo dos seres distintos, porque su papel se construye en oposición al ganador.

Creer en el segundo lugar, es cumplir con el rol que se nos ha entregado. El villano ha creído en su papel, porque ha confirmado su existencia como el perdedor de esta historia. No puede tener lo que el héroe posee bajo la imagen del ganador. Sobre la sombra del villano están nuestros ideales cubiertos de pesimismo, porque no somos modelo de nada, simplemente somos segundones y hemos jurado vengarnos de todos ellos que no han creído en nuestras palabras. La sociedad ha creado a los perdedores como contraposición a sus grandes héroes, para así reflejarse en esas hazañas y vivir victoriosos por siempre.

Segundo lugar es Satán por Dios, es Caín por Abel; los despreciados, los apartados de las ideas centrales y absolutas. El villano ha preparado su plan para la venganza, porque su expresión se desborda en el desequilibrio emocional que implica el segundo puesto; ha entendido todo con una máxima exageración de la corporalidad y la inteligencia. El perdedor desde niño ha crecido ante el desafío del ganador que abarca todas las excelencias de la victoria; es la imagen perfecta que la masa adora y venera; posee habilidades que el perdedor desconoce o ansía tener.

Ese segundo lugar es un espacio que pocos comprenden como un rol en la historia; la posibilidad de entenderlo permite el desarrollo de habilidades que el ganador desconoce. El villano ha aprendido de teorías ocultas y conocimientos que superan el miedo al enfrentamiento final. El perdedor desaparece como situación y sólo aparece como antecedente nuestro; fuimos grandes perdedores en nuestra niñez y adolescencia, pero poseemos una nueva oportunidad para destruir esos preceptos absolutos. Hemos aprendido del arte sobre villanos y héroes; sobre conocimientos que nos permitirán elaborar nuestra pronta venganza. El segundo lugar es una circunstancia en el transcurso de los tiempos. La imagen del perdedor es un antecedente de nuestros orígenes. El villano es una exageración de esas ideas. El arte es nuestra arma más sofisticada contra los modelos heroicos de estas generaciones. En este capítulo la batalla llegaría a su final.

jueves, 24 de enero de 2008

"Moliné"

boomp3.com



Lo último que alcanzo a escuchar de su voz, me sirve para amortiguar el golpe de mi cabeza en el pavimento, mientras trato de recordar todo lo posible de sus facciones, para reconocerla luego. Mis ojos se cierran y sueño tres noches seguidas con el reencuentro. La he perdido de vista, y trato de mantener la calma, a pesar de esta extraña ansiedad de reconocer su voz en el aire. Debo resolver el misterio de la luz parpadeante en lo sueños y las canciones que se escuchan a lo lejos. Cómo olvidarla, es imposible. Si cuando pienso en ella todo cobra sentido, caigo en un profundo estado de máxima expresión y quisiera cantar Moliné Moliné a todas horas. Es inolvidable aquella mujer, pero qué puedo hacer para reencontrarla, difícil tarea me parece.

“En busca de Moliné”

Al abrir un papel enrollado que tenía en el bolsillo de mi pantalón negro, di con un mensaje borroso y enigmático que decía: “Búscame”. No todos los días se me había presentado la idea de una búsqueda sin motivo alguno; ni siquiera como propósito de huída de la rutina. Releí el mensaje cuantas veces pude, primero para buscar en mi mente el origen de ese papel, y segundo, para recordar lo que habría de buscar al salir por la puerta. No recordaba nada. Ni siquiera el tiempo que debió permanecer enrollado ese papel en el bolsillo perro de mis jeans negros. Traté de recordar en todos los rincones de la casa y en todas las posiciones corporales posibles, tal vez así llegaría una señal o una imagen especial. Nada. Cuando trato de recordar un episodio de la vida, una idea o un nombre en particular y no puedo hacerlo, paso horas en constante sufrimiento como si me arrancaran de cuajo una parte de mi cerebro. Entonces no recordar algo tan importante como una búsqueda, era un enorme dolor de cabeza. La tarea era difícil, no sabía a quién debía buscar, ni dónde buscarlo.
Decidí olvidar por unas horas el asunto. Volví a mis pensamientos habituales para recuperar el aire; doblé el papel y lo guardé en el bolsillo otra vez. Opté por descartar búsquedas míticas y criminales, tan sólo esperé a qué todo esto se resolviera de algún modo, sin perder la cabeza.


“¿Quién es Moliné?”

Al anochecer, recibí una sorpresiva llamada telefónica que me sacó de cualquier cavilación pasada y me puso en un mapa que antes desconocía, y que ahora, me resultaba lo más familiar. Era una deliciosa voz que resonaba como eco en mis tímpanos y se traspasaba a todo mi cuerpo como una onda extraña. La escuché por varias horas con el teléfono pegado a mi oreja derecha; mi mente se fue a volar a otros mundos, mientras la saliva se secaba en mi garganta. Moliné se quedó eternamente en mi oído, luego colgó y yo caí sobre un montón de piedras blandas a la orilla de un volcán. Es a ella a quien debo encontrar, no puede ser de otro modo. Moliné escribió ese papel de una manera inexplicable, pero cierta; quizás con el afán de tranzar ideas y melodías, no lo sé. Moliné había colgado y yo me disponía a salir por la puerta para buscar alguna pista que me llevara hasta ella. Su voz aún resuena en mis tímpanos como una colección de buenas canciones del recuerdo. Decido buscarla por todas partes, en todos los rincones y laberintos de esta cuidad maldita. Me dejo llevar por su voz entre los callejones oscuros de la memoria, mientras una luz parpadeante me sigue como señalándome una salida. El público expectante quisiera resolver el misterio de tu identidad al igual que yo Moliné, pero eso está lejos de suceder, mientras no encuentre el rastro de tu llamada nocturna.

El último esfuerzo para llegar a ti, Moliné”

Una segunda nota había encontrado en otro bolsillo, cuando ya me disponía a olvidar esta locura: “El último esfuerzo” En verdad, mis fuerzas se habían debilitado con los días al no encontrar respuestas, ni recibir llamados de Moliné. En realidad era necesario un último esfuerzo para llegar a ti, al encuentro definitivo; así podría comprobar las innumerables teorías acerca de ti y de la deliciosa voz que permanece en mis oídos. Sin titubear, busco en todos los bolsillos del mundo, una dirección a la cual llegar o un número telefónico al cual llamar. En los bolsillos de una chaqueta encuentro una tercera nota: “sigue la luz, y nunca jamás mires hacia atrás” y más abajo una dirección y un número. Decido llamar, tal vez Moliné me responda y al fin pueda conocerla, Nadie contesta, así que me dirijo hacia el otro extremo de la ciudad, para llegar al punto exacto que señala la dirección.
No sé cuántas horas, días o semanas habré viajado, pero la simple idea de encontrar a Moliné, rompía con cualquier sensación asfixiante de tiempo, para mí habían sido segundos y centímetros nada más. Busqué la calle y el número que aparecían en el papel. Llegué hasta una casona de color verde, con una sola mesa y un quitasol en el jardín. Entré con el nerviosismo a cuestas y me senté a esperar que algo sucediera. Moliné debía llegar en cualquier momento. Pasaron minutos, horas, días y años, pero sabía que la búsqueda terminaría de una manera feliz, sin sangre y con muchas flores en el cemento gris. Entonces ocurrió lo inesperado. El reflejo de una luz me encegueció; una diminuta lucecita salida de un pequeño espejo de color azul, en las manos de un niño. Intenté con las manos detener su efecto, y así conocer el rostro del infante. No pude. Cuando quise levantarme, unas manos tibias y aromáticas me taparon los ojos. Era Moliné. La luz se detuvo de un momento a otro; escuché dulces risas y pasos. Moliné me habló al oído. Caí en un profundo sueño. Esa última palabra me sirvió para amortiguar el golpe de mi cabeza en el pavimento. Jamás pude recordar las facciones de Moliné, sólo aquella diminuta luz que salía de un pequeño espejo azul. Aún sigue siendo inolvidable aquella mujer, que habita dulcemente en mis oídos.

martes, 22 de enero de 2008

Sueño: "El caso de un padre muerto"


No me quisiste decir que tu padre había muerto, al menos no quisiste que lo creyera. Nunca sabré por qué. Así que salí en busca de su paradero; si lograba encontrarlo quizás mi suerte cambiaría. Tú sabes lo que querían de él, por eso rehusaste en darme algún nombre o una fecha especial. Destruí tu matrimonio, lo sé, pero mi pellejo estaba en juego y debía controlar a tu padre a toda costa. No quisiste saber en que estaba metido, tan sólo fuiste en busca de sus documentos en los antiguos barrios donde vivían. Te seguí sigilosamente para que en un momento determinado me entregaras todo. Su historial, sus huellas, sus errores, los tuyos, como dejarte seducir por la emotividad y señalarme el camino para obtener lo que deseaba. Si lo capturaba vivo, lo haría hablar para que me dijera las cosas que mis oídos debían saber acerca de todo este asunto, y mi libertad. Si lo encontraba muerto, al menos ya no sería una molestia para mis superiores, pero necesitaba respuestas. Entras a una casa abandonada sin darte cuenta de mis pasos y mi excitada respiración con toda esta historia. Te espero un par de minutos, no pretendo aún aprisionarte ni amenazarte de ningún modo, sólo quiero que me muestres los motivos de tu desesperada búsqueda. Oigo unos disparos, sales corriendo y no me divisas tras unos autos descompuestos a la orilla de la avenida. No pretendo saber a quién has matado ni qué relación tiene con todo esto. Te sigo apresuradamente por las siguientes cuadras en dirección al sol. Doblas en un callejón, hasta empalmar luego al final con una solitaria calle llena de árboles en ambos costados. No me preocupo por conocer qué tipos de árboles son aquellos que marcan el cuadro de la escena. En fin, te detienes en la mitad de la calle y enciendes un cigarrillo de espaldas hacia mí; llevas contigo una billetera negra con fotografías y documentos acerca de tu padre. Estoy seguro que aquí se oculta, en alguna de estas desoladas casas, así que decido actuar con cautela. Al avanzar de un momento a otro, te das media vuelta y me apuntas con tu arma. No quise destruir nuestro matrimonio, pero mi pellejo estaba en juego, debía permencer con vida para encontrar mis respuestas. Tú ya estás enterada de todo esto. Mi desesperación no consigue nada, ni que bajes el arma, ni que tu padre muestre señal alguna. Entonces me disparas en el hombro izquierdo y caigo al suelo. Mis ojos se cierran. Por unos segundos pierdo la conciencia. Cuando desperté tú estabas encaramándote a uno de esos árboles. Pensé que querías saltar hacia el techo de una casa. Te pasabas de un árbol a otro esa solitaria callejuela, tal como te había enseñando tu padre desde niña. Decidí seguirte herido y todo. Dificultosamente encendí un cigarrillo y luego saqué mi revólver. Caminaba lentamente, mientras trataba de apuntarte pegado al pavimento. La sangre me corría bajo la camisa azul que llevaba puesta esa tarde; casi anochecía, era un bello atardecer de otoño. Las hojas secas propiciaban un sincero desenlace final. Cuando saltaste al último árbolde la cuadra, casi llegando a la esquina, pude ver a tu padre que te esperaba en las ramas más altas. Lo vi claramente con su camisa blanca metida en el pantalón, afirmado con un cinturón de curo café. La misma imagen que tenía en mi cabeza la última vez que lo vi hace cuatro días. Entonces te apunté con el revólver, simplemente por sacarme la rabia de mi herida, y te disparé. Con el impacto de la bala se cayó mi cigarrillo de la boca y luego tú segundos después sobre las hojas secas. Tu padre desapareción junto con el humo que me rondaba la cara. No me quisiste decir que tu padre había muerto, al menos no quisiste que lo creyera, sin saber por qué. Y tú siempre lo supiste, tan sólo buscabas su recuerdo y yo un pasaje para entender tu huída de nuestra casa. Alguien tendrá que hacerse cargo de tres muertos en tan sólo una semana.

domingo, 20 de enero de 2008

"Bajo el agua"


Sumergirme lo más hondo que pueda bajo el agua, es una idea que pocos comprenden como la real cuestión que significa. No es fácil contener la respiración y mucho menos soportar la temperatura del agua, pero la idea está ahi sujeta a una constante pregunta: ¿Qué es el mundo bajo el agua? Cada vez que me sumerjo en aguas quietas, y contengo la respiración por un minuto, ese tiempo no parece significar nada en la superficie, pero bajo el agua es diferente. Se trata de acceder a un dimensión donde toda imperfección de la vida terrestre es superada; el mundo alienado, es un mundo de ideas y las palbras sólo sirven para descifrar el mismo lenguaje, pero sumergido bajo el agua. Si pudiera contener la respiración por más tiempo, el mundo de lo tangible tal cual se me presenta en la rutina se rompería, estaría libre de la angustia temporal de los días, los meses y los años. No envejecería, al menos no tan rápido. Cambiaría ese pedazo de realidad que me han dejado como chatarra, estaría libre de toda condena.


Si eso puedo lograrlo en aguas quietas, sumergirme en el mar es otra cosa. Ese es el universo. La perfección cósmica a la cual pertenecemos. Sumergirme en el mar es lo que he querido para evitar el tiempo estático de los puertos que se van consumiendo al igual que sus turistas. Nadie comprende nada en verdad; se sumergen bajo el agua sin ver el otro mundo que se les presenta; no lo ven porqu no quieren verlo. La idea es sumergirse lo más hondo que se pueda para traspasar el mundo que es ahora, el aburrimiento total de la comodidad. Quisiera aguantar más tiempo bajo el agua, para superar esta realidad y así concretar las ideas de mi potencialidad en un mundo donde el tiempo no envejezca tan rápido a sus víctimas.

viernes, 11 de enero de 2008

“El rockandroll es para siempre nuestra expresión de vida”


Me temblaron las rodillas y todo el cuerpo, cuando por un parlante gigante escuché ¡shake!; distraído de la gente, no supuse que ese sonido cambiaría todo para mí. Fue como si alguna fuerza extraordinaria me levantara y me tirara al cielo para tocar las nubes con un sólo impulso. Esa fue la primera vez que supe del rockandroll, hace muchos años atrás. De ahí en adelante las vibraciones consiguieron invadirme e reiteradas ocasiones, todas éstas provocadas por la presencia mágica de una certeza casi única en la música; ese poder electrizante que cada día crecía dentro mí como un reflejo espontáneo de la genialidad. Elvis rondó afuera de mi puerta más de una década, esperando entrar para cambiar mis perspectivas, pero no estaba preparado para escuchar algo tan magnífico. Jamás se alejó de mi puerta, y logró entrar unos años más tarde; fue como yo lo creía. Es que no podía ser de otro modo, cuando escuchas a Elvis es como traspasar cualquier barrera del tiempo, y esa vibración aumenta con cada canción y cada acorde. El rockandroll ha sido lo que más aprecio de la música, pero en ciertos momentos no estaba preparado para soportar tanto movimiento sonoro. Desde niño quise bailarlo y cantarlo tan fuerte como pudiera, y ese día llegaría. Así como el rockanroll de Elvis, también disfrutaba de lo que yo sentía como una vibración íntima, desgarradora que viajaba por toda mi corporalidad, cuando escuchaba en secreto a Camilo Sesto, Raphael y Buddy Richard. Los escuchaba en secreto porque era música de viejos que no comprendían nada. Sólo un niño y la magia espontánea de la música, era el mayor espectáculo de la vida. Cómo olvidar aquellos rituales, aquellos viajes por las canciones; cuando no tuve los casettes de aquellos grandes, los escuchaba en otras radios, y siempre mi cuerpo temblaba de emoción, de entusiasmo. Lo sabía en ese entonces, la música ha golpeado mis entrañas, para luego transmitirla a través de mi personalidad. No estaba preparado para lograr ese inmenso propósito. Entonces llegaron los Beatles. Con ellos creí que podría alcanzar la vibración del rockandroll y convertirme en uno de sus héroes. Viajé como nunca antes lo había hecho. Su influencia casi me consumió las ideas, y mantuve distancia, la necesaria para comprender toda su gran proeza. Entonces Lennon me acorraló, y a veces lo sigue haciendo para acobardarme y contarme el peso de la historia. A veces se apiada de mí, y ahí es cuando comprendo todo. Son los grandes a los que hay que escuchar con distancia, te consumen en su figura y te conviertes en su masa. Y junto a ellos están Buddy Holly, Carl Perkins, el gran Chuck Berry, y de pronto la vibración se convirtió en necesidad; de explicar, de entregar, de hacer vibrar a otros. Quise desde que escuché el ¡shake! En aquel baile de rockandroll en la escuela, ser lo que quisiera que el rockandroll fuera en esta vida. Desde ese momento el rockandroll sería mi expresión de vida, el resto es historia.