jueves, 27 de marzo de 2008

"La inevitable calle"


Doblo medio borracho y enfermo por una calle extraña, que reconozco en cuanto diviso un cartel de neón al final de la cuadra. Lo diviso encendiéndose a media tarde, mientras inevitablemente me lanzo en línea recta por la vereda contraria. Cruzo la calle con precaución, para tocar de lleno la tímida luz de color verde que anuncia sin mucho misterio, una peluquería barata. Mi pelo y mi cuerpo enterno asume las consecuencias de ciertos impulsos magnéticos que me vienen cuando mi apariencia me desbarata en el reflejo de las vitrinas, entonces me meto al interior sin pensar en nada. No espero encontrar estilistas franceses ni maquilladoras inglesas, sólo navajas filosas sin experiencia en peticiones sensibles. Lo repentino de este impulso, me hace tropezar con la pequeña escalera de la entrada, y mi llegada es sorpresiva y estrámbotica. Me incoporo en segundos, y me siento tímidamente en un banquillo negro, mirando de reojo alguna que otra revistilla de moda. No la hay, sólo un precio popular escrito en grande con letas rojas. La clientela masculina se retira feliz con enormes machetazos y con los bolsillos cargados de monedas; inquieto me afirmo a la esperanza de una tijera padiosa, y una peluquera con suerte, este podría ser su día.

Quisiera manejar el lenguaje técnico de las instrucciones de peluquería; ni muy corto ni muy largo, parecen esfumarse con los restos de pelo en la basura. Me miran preocupadas las dos peluqueras, mientras sus clientes fantasean con las tetas sobre sus cabezas; se olvidan de los machetazos; se acuerdan en el camino de las tetas. No puedo levantarme de este banquillo con tanta duda encima; ¿y si esta vez no fallan? no quiero mirar como sus tijeras se distraen y van dejando pelos como punta desde la nuca hasta las patillas; y la gente se agolpa afuera y observa por las vitrinas el espectáculo. Es preciso correr y buscar otro centro oculto entremedio de las baratilas. Parece que es mi turno, y si corro. y si me pregunta cómo llegué hasta aquí. Le diré que cruzé por la inevitable calle; y si no me comprende y se distrae. Le diré que lo inevitable no se puede evitar, y que esta calle es una trampa. Y si comienza a gritar, porque no hay nada más raro que un hombre le cuente de su vanidad a una peluquera. Prefiero correr, tal vez si puedo evitar este tipo de historias, cortándome el pelo cada 30 días.

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