Camino por una calle oscura con los audífonos puestos, mientras una suave canción de Perkins me prepara para caer dormido sobre unas tablas congeladas. Agridulce coincidencia. Una cuadra más adelante, me recibe la brisa de una música de orquesta que se escucha a lo lejos, presagiando la noche del desperdicio. Me detengo en una esquina iluminada; a tres cuadras de mi derecha ha muerto un amigo. Quisiera que el ruido en mis oídos se detenga, la confusión, la multiplicidad de sentimientos que se evocar a partir de un solo llanto desesperado.
La muerte me acompaña hasta la entrada de mi casa, y me recuesta sobre el sillón, luego enciende la tele. Aún no quiero despertar; se que te has ido; has pasado por encima de mis ojos, como el reflejo de una luz sobre un metal frío y desinteresado. Cinco minutos más y comenzaré a buscarte en la lógica de los sucesos, pero en este momento me quedo anestesiado con el extraño proceder de la muerte. Podría haber sido yo.
La muerte me cambia los canales de tv; se detiene en animaciones enigmáticas que jamás había visto; leo entrelíneas mensajes ocultos que antes no había percibido. ¿Por qué ahora me acuerdo de todos esos muertos? ¿Qué tienen que ver contigo? No te has muerto. Estoy anestesiado por la impresión, lo recuerdas; en cinco minutos despertaré y el pecho se me oprimirá de dolor y ausencia. Perderé el aire y tú te habrás ido. Pero ahora quédate a mi lado.
Cuéntame lo del accidente. Supe que todo fue repentino, que no pudiste asimilar las luces que te señalaron hombre muerto. Te quitaron la risa de la cara, como si a un pescador le quitaran sus redes y su bote. Te distrajeron y maldijeron. Entonces caíste por un charco de sangre hacia un lugar tenebroso. Ahora recuerdo tus múltiples voces de encanto; si, creo que en verdad te has ido. Ya no me parece cautivante lo que dices, más bien son sólo ideas fantasmales.
Ni siquiera te sorprendes, sigues hablando como si no te percataras de lo que ha sucedido. Te dije, estoy adormecido y para mí no te has muerto. Estás aquí, contándome tus anécdotas y pormenores. Y al recordar tus voces de encanto, me doy cuenta que te has marchado a otro mundo, porque comienzo a extrañarte, cuando escucho murmullos en la calle oscura y luego tres cuadras a la derecha. Es tu velorio. Entonces termínenos este asunto y déjame despertar para recordarte. Debo llorarte, tú lo sabes. Debo sentir el dolor de tu pérdida, así que es necesario que despierte. Cuando abra mis ojos, quiero que sepas que te llevaré en lo más hondo de mi alma, querido amigo de infancia.
La muerte me acompaña hasta la entrada de mi casa, y me recuesta sobre el sillón, luego enciende la tele. Aún no quiero despertar; se que te has ido; has pasado por encima de mis ojos, como el reflejo de una luz sobre un metal frío y desinteresado. Cinco minutos más y comenzaré a buscarte en la lógica de los sucesos, pero en este momento me quedo anestesiado con el extraño proceder de la muerte. Podría haber sido yo.
La muerte me cambia los canales de tv; se detiene en animaciones enigmáticas que jamás había visto; leo entrelíneas mensajes ocultos que antes no había percibido. ¿Por qué ahora me acuerdo de todos esos muertos? ¿Qué tienen que ver contigo? No te has muerto. Estoy anestesiado por la impresión, lo recuerdas; en cinco minutos despertaré y el pecho se me oprimirá de dolor y ausencia. Perderé el aire y tú te habrás ido. Pero ahora quédate a mi lado.
Cuéntame lo del accidente. Supe que todo fue repentino, que no pudiste asimilar las luces que te señalaron hombre muerto. Te quitaron la risa de la cara, como si a un pescador le quitaran sus redes y su bote. Te distrajeron y maldijeron. Entonces caíste por un charco de sangre hacia un lugar tenebroso. Ahora recuerdo tus múltiples voces de encanto; si, creo que en verdad te has ido. Ya no me parece cautivante lo que dices, más bien son sólo ideas fantasmales.
Ni siquiera te sorprendes, sigues hablando como si no te percataras de lo que ha sucedido. Te dije, estoy adormecido y para mí no te has muerto. Estás aquí, contándome tus anécdotas y pormenores. Y al recordar tus voces de encanto, me doy cuenta que te has marchado a otro mundo, porque comienzo a extrañarte, cuando escucho murmullos en la calle oscura y luego tres cuadras a la derecha. Es tu velorio. Entonces termínenos este asunto y déjame despertar para recordarte. Debo llorarte, tú lo sabes. Debo sentir el dolor de tu pérdida, así que es necesario que despierte. Cuando abra mis ojos, quiero que sepas que te llevaré en lo más hondo de mi alma, querido amigo de infancia.
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